REGIÓN E HISTORIA
REGIÓN E HISTORIA
Por Arturo Taracena Arriola*
La problemática
Las anotaciones siguientes sobre el concepto
de región las hago a partir de la experiencia histórica
de la región de Los Altos en Guatemala, entre 1750
y 1850.1 Varias de ellas son
reflexiones a posteriori, cuando lo escrito es pensado con mayor distancia y las lecturas
consultadas, evaluadas con mayor libertad. Por lo tanto,
se enmarcan en el deseo de contribuir modestamente, desde la óptica de la historia política,
a configurar una metodología para investigar historia regional.
Es muy común observar que la noción de región en los estudios historiográficos
ha estado reducida a las entidades
administrativas o a los espacios geográficos, lo que no garantiza un estudio
englobante de las complicadas relaciones entre actores, intereses
y procesos en el espacio
regional ni las de éstas con realidades mayores, como el Estado y la Nación.
El punto de partida para los historiadores regionales debe ser el análisis
del espacio y el tiempo
desde
la actividad social producida por los humanos
que los habitan y hacen posibles. Tal actividad se traduce por actos identitarios
y procesos económicos y políticos, pues la región
en sí es una construcción social en la historia y no un determinismo de origen geográfico o administrativo.
Vista así, se estimula una historia regional menos encerrada en sí
misma, más propensa a entender la historia nacional
y a entenderse desde la historia nacional,
salvando las trampas
de las “totalidades” o de las “globalidades”, como lo han señalado José
Lameiras y Juan Pedro Viqueira.2
La metodología propuesta
Por mi parte,
sigo fascinado con el planteamiento de Eric Van Young sobre la región, cuando
la define como una “hipótesis por demostrar”. Me parece que es el mejor camino para no caer en la facilidad
de verla donde no la hay, a pesar de que la tradición histórica
o geográfica la
* Asociación de Investigaciones y Estudios Sociales.
Guatemala.
1 Arturo Taracena Arriola, Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena.
Los Altos de Guatemala: de región a
Estado, 1750-1850. San José, CIRMAEditorial PorvenirDRSCT, 1997.
2 José Lameiras, “El ritmo de la historia y la región” y Juan Pedro Viqueira. “Historia
regional: tres senderos y un
mal camino” en Secuencia,
24. México: septiembrediciembre, 1992.
3 Eric Van Young, La crisis del orden colonial. Estructura
agraria y rebeliones
populares en Nueva España, 1750-1821.
Madrid,
Alianza Editorial, 1992.
denominen como tal. De esa forma, nos encamina por el sendero metodológico.3
Para Van
Young, un primer concepto clave a utilizar es el de regionalidad, entendida ésta como la “cualidad
de ser de una región”.
Es decir, cada una de las propiedades y circunstancias económicas e históricas que
distinguen a ese espacio y que pueden ser
comparadas en tanto que variables.
Luego,
Grégoire Métral nos ayuda a manejar la complejidad del espacio regional —que
combina homogeneidad
con diversidad por la diferenciación en sus asentamientos humanos—, cuando afirma
que el conjunto de los territorios de un espacio
conforma el sistema territorial. Cada uno de esos territorios corresponde a un territorio vivido
por el grupo social que lo habita,
que lo territoria liza. La
territorialidad es, por tanto, el
conjunto de relaciones que una población mantiene en un territorio percibido como suyo
y con las dinámicas
provenientes del exterior.4
¿Qué significa el hecho que estos grupos
muestren en determinadas circunstancias un interés común más allá de su territorio, situándose “en” y “ante” un espacio regional? ¿Qué los lleva a plan
tearse estrategias comunes
para su desarrollo?
Acudiendo nuevamente a Van Young, él denomina regionalismo a esa identificación. O sea, la “identificación consciente, cultural,
política y sentimental” que grandes grupos de personas desarrollan con el espacio regional.
En relación con los
procesos demográficos, es bueno precisar que el surgimiento de las regio nes (al
menos en México y Centroamérica) parece estar ligado a un crecimiento
demográfico ace lerado, que
combina un aumento sustantivo de la natalidad con caudales migratorios por
razones fundamentalmente económicas.
4 Grégoire Métral, “Reflexions sur les territorialités collectives dans un espace tranfrontalier” en Le Globe, 134,
Genève, 1994, pp. 2730.
Ahora bien, en la construcción histórica
de esa identidad tienden a jugar un papel importante aquellos actores con poder en cada uno de esos territorios, los que pasan a convertirse en una elite regional.
En América Latina,
dichas elites surgieron
generalmente con base en la expansión de re des comerciales y de contrabando propias,
abastecedoras de los sistemas exportadores agro pecuarios o mineros,
las cuales implicaban una importante circulación interna como sustento
del esquema articulador regional, según lo investigado por Antonio
Ibarra y Van Young, entre otros.5
Ibarra, en sus recientes trabajos,
insiste en la especialización productiva y comercial de los mercados regionales; en la evolución de
las redes abiertas de los mismos; en la necesidad de explorar las conexiones entre las regiones en torno a sectores
de demanda y a las instituciones, caracterizadas por la interacción entre el control
corporativo y el manejo oligopólico del mercado; y, finalmente, en la existencia de una red de distribución a larga distancia mediante las ferias comerciales.6
En el surgimiento de las regiones, también influyen la conformación de latifundios a raíz de la puesta en venta de las tierras realengas, con una creciente
presión sobre las tierras
5 Antonio
Ibarra, “La organización regional del mercado interno colonial novohispano: La
economía de Guadalajara, 17701804”,
en Anuario del IEHs, 9. México, Tandil, 1994, pp. 127167 y Eric Van Young,
La ciudad y el campo en el México del siglo XvIII.
La economía rural de la región de Guadalajara, 1675-1820. México, 1989.
6 Antonio Ibarra, “Plata,
importaciones y mercado colonial. Circulación interior de importaciones: de Guadalajara
al septentrión novohispano (17981818)” en Siglo XIX. Cuadernos
de Historia, VI/16. Nuevo León, septiembre / diciembre de 1996, pp.737 y María de los Ángeles Gálvez y Antonio Ibarra. “Comercio
local y circulación regional de importaciones: la feria de San Juan de los Lagos en la Nueva España” en Historia Mexicana, 183. México, enero /
marzo
de 1997, pp. 581616.
comunales indígenas; el celo administrativo de funcionarios públicos
menores con la intención de conformar un control político regional
y las alianzas matrimoniales entre esos comerciantes, terratenientes y funcionarios, bendecidas por parientes y amigos
eclesiásticos, miembros de las iglesias provinciales.7
O sea, una voluntad política de hombres y
mujeres prominentes que hicieron coincidir sus
propios intereses de naturaleza mercantil y agraria con los de la
administración pública de su región,
y que tarde o temprano
terminaron por enfrentarse con la realidad
de la gestión esta tal, marcando con su huella el
surgimiento del Estado moderno en América Latina durante el siglo XIX.8
Fuerza política efectiva que, también,
se enfrentó al desafío de lograr el alineamiento al regionalismo de las
masas populares y de las comunidades indígenas, la mayoría de las veces sin éxito, por la disparidad de los intereses
y el consecuente divorcio en la percepción de la ciudada- nía. Aquéllas eran necesarias para alcanzar ciertos
fines políticos, como el de la autonomía efectiva y duradera.
O, aun en el caso de Los Altos y Yucatán, el de la Independencia.
Para construir los regionalismos dichas voluntades políticas necesitaron tiempo. Es decir, fueron procesos históricos en el mediano y largo plazo,
fundamentalmente enmarcados en la segunda
mitad del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, pero cuyos rasgos perviven en el siglo XX, pues marcan muchos de los
movimientos sociales existentes hoy en día, especialmente los de revitalización de la ciudadanía, la identidad
y la descentralización.
Tales conceptos
ayudan a comprender, por ejemplo, los intereses encontrados y/o comunes entre
las comunidades indígenas y las autoridades
regionales, entre las diferentes administraciones territoriales de una región,
así como entre
los de ésta y los del poder
central. Y, aún más, explican el fenómeno histórico de la expansión-contracción del espacio
regional, según la fuerza e intensidad del regionalismo en cada uno de esos territorios, y su consecuente planteamiento de autonomía a lo largo del tiempo.
De hecho, por lo que he podido
constatar, tal fenómeno está condicionado por los efectos del control y la gestión estatal, por los
éxitos y fracasos de las experiencias autonomistas, por la conversión de las elites regionales en
clases nacionales. La región de Los Altos en Guatemala vio su espacio ampliarse
a inicios del siglo XIX por su necesidad
de una salida al Océano Pacífico como garantía
de su autonomismo e independencia y, luego, reducirse en la segunda parte del
siglo por los avatares de la construcción del Estado guatemalteco, el triunfo de la revolución liberal y el éxito de la producción cafetalera de la bocacosta del sur.
El proceso
histórico
7 En
mi libro trato
el caso del surgimiento de una Iglesia
regional en Los Altos, en cuyo soporte
teórico utilicé la obra de David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano.
México. Era, 1988. Posteriormente, me parecen
fundamentales las reflexiones comprendidas en la antología coordinada
por Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton, Estado, Iglesia y Sociedad
en México. México, UNAM / Porrúa, 1995.
8 Véase el sugerente trabajo de Marcello
Carmagnani “Territorialidad y federalismo en la formación
del Estado
mexicano”, en Problemas
de la formación del Estado y de la nación en Hispanoamérica. Bonn, Inter Nations,
1984.
Bernard Poche nos recuerda que el surgimiento del término región nació en Europa en el siglo XVIII,
suplantando al de provincia
por su dimensión
cultural y por su reacción
frente a la acción homogeneizadora y normativa del Estado “moderno”. Es decir, a medida que el Estado
—apoyándose en su legitimidad exclusiva y centralizadora—
comenzó a interferir ya no sólo en la
esfera jurídica, sino en la vida cotidiana, económica y social, hizo surgir en
las provincias europeas la noción de autonomía. Es decir, la necesidad de una
soberanía parcial o total, dotada de un dominio de competencias reservadas y de una capacidad reglamentaria propios.
Así surgió la problemática de las identidades regionales y con ella la necesidad del uso de los
términos región y regionalismo, que pasaron a designar las
manifestaciones públicas de los particularismos locales de origen histórico en los Estados modernos europeos.9
En América Latina el fenómeno
es parecido —y casi simultáneo— en las postrimerías de la Colonia,
y se encuentra ligado a las primeras
experiencias de autonomía
territorial impulsadas por la
reforma de las Intendencias, la consolidación de los mercados regionales y las transformaciones políticas de la segunda mitad del siglo XVIII e inicios
del siglo XIX.10
Por tanto, al tratar el tema de los regionalismos es necesario situarse
en las maneras en que se
produjeron y fueron utilizados o reivindicados por los grupos sociales que los
esgrimieron (generalmente, sus elites)
y por los que los adversaron (generalmente, las comunidades indígenas
9 Bernard Poche, “Une definition sociologique de région”, en Cahiers Internationaux de Sociologie. París,
v. LXXIX, 1985. pp. 225238.
10 Para las transformaciones políticas implícitas en la transición de la Colonia a la Independencia véase François
Xavier Guerra,
Modernidad e Independencia. Ensayos
sobre las revoluciones hispanoamericanas. México, fCE, 1992.
y las oligarquías nacionales), en función de estrategias y
legados históricos. Esta realidad ha merecido
la atención, entre otros, de Marcelo Carmagnani, Antonio Annino, Antonio
Escobar y sus respectivos colaboradores.11
Tal proceso hizo producir a la regiones
un lenguaje político en favor de una comunidad regio nal imaginada,12 con el propósito
de justificar su existencia y sentimiento de pertenencia frente
a la construcción del Estado centralizado, el peor que pudieron
encontrar durante el siglo XIX e inicios del XX. Conforme avanzó la implantación del capitalismo monoexportador, la
razón de ser económica de las
regiones (el mercado regional) se vio de pronto subordinada a los intereses de las nacientes oligarquías nacionales. Por ello, a la hora de la crisis
económica producida por el
desorden capitalista en los países subdesarrollados, el proteccionismo se
concibió a nivel nacional.13
Otro factor determinante en el
surgimiento de algunas de las regiones y sus regionalismos en América Latina fue su ubicación en un
espacio limítrofe con fronteras intraestatales,
como en el caso de la región de Los
Altos, condicionada por las realidades nacionales de México y Guate mala. En tales circunstancias, en dicho espacio transfronterizo los proyectos centrales
mexicano y guatemalteco
proyectaron —y proyectan— esferas de regulación natural o social,14 que se tradujeron
—y traducen— en políticas nacionalistas distintas e incidieron —e inciden— en
la subordinación no negociada del
proyecto regional altense, como también les sucedería a los pro yectos chiapaneco y soconusqueño.
Por esas razones,
las historias regionales en los diferentes países de América Latina están, a mi juicio, ligadas a los desafíos básicos
de la política, la cultura y la economía decimonónicas: región versus nación; centralismo versus federalismo; ciudadanía versus corporativismo; conservadurismo versus
liberalismo, etcétera.
Se desarrollan, así, múltiples trilogías
conceptuales, que los historiadores tendemos
a considerarlas desde la
experiencia extranjera y/o del poder central, sin advertir que hay una interpretación de las mismas desde las
ópticas regionales, la cual incide en las modalidades que éstas asumen en cada país latinoamericano.
Es decir, son conceptos o trilogías conceptuales que exigen de los historiadores mayor análisis comparativo entre las
diversas experiencias regionales en los países latinoamericanos, y entre ellas y las de sus Estados correspondientes:
espacioterritoriofrontera; localregionalnacional;
municipiodepartamento(estado)Estado; comunidadmunicipioregión;
11 Marcello Carmagnani es uno de los precursores. Véase en especial
“El federalismo argentino
en la primera mitad del
siglo XIX” en Federalismos
latinoamericanos: México / Brasil / Argentina. México: fCE,
1993. Más recien temente están las
antologías coordinadas por Antonio Annino, Historia
de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX.
México, fCE, 1995, y por Antonio Escobar,
Indio, nación y comunidad
en el México del siglo XIX. México,
CEMCA CIESAS, 1993.
12 Tal y como utiliza el concepto Benedict Anderson en Comunidades
imaginadas, México: fCE, 1993.
13 Robert Lafont, La revolución regionalista. Barcelona,
Ariel, 1971.
14 Véase el trabajo citado de Grégoire
Métral.
15 Noëlle Demyk, “Los territorios del Estadonación en América Central.
Una problemática regional”, en Arturo Tara
mercado local-mercado regional-mercado nacional; criollos-ladinos(mestizos)-indígenas;
ciudadanía-elecciones-soberanía; Estado-Nación-República.
Conclusión
Al hacer historia
regional es importante cernir el carácter potencial unitivo —de
colectividad y de difusión
territorial— existente en cada región, así como historiar la capacidad con que
esa potencialidad es convertida en acción política,
cultural y económica.
Sólo así podremos comprender el palimpsesto que es hoy en día cada uno de nuestros países
—de acuerdo con la bella metáfora de Noëlle Demyk,15 pues
atrás de la escritura de lo nacional, borradas por las historias
oficiales, se encuentran las escrituras regionales.
Por ello, depende de nosotros hacer de
la historia regional un aparato de
rayos X que nos ayu- de a explicar
no sólo un fenómeno histórico local, sino que nos dé herramientas para analizar
la construcción del Estado nacional y
para entender el presente, más aún el de proyectos centrales en crisis, como en México, Colombia y Guatemala.
BIBLIOGRAFÍA
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Comunidades imaginadas. México, fCE, 1993.
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orígenes del nacionalismo mexicano. México, Era, 1988. Posteriormente, me
parecen fundamentales las reflexiones
comprendidas en la antología coordinada por Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton, Estado, Iglesia
y Sociedad en México. México,
UNAM / Porrúa,
1995.
Carmagnani, Marcello,
“El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX”,
en Federalismos latinoamericanos: México / Brasil / Argentina. México,
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—— “Territorialidad y federalismo en la formación del
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Guerra, François-Xavier, Modernidad e Independencia. Ensayos
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Guadalajara, 1770-1804”, en Anuario
del IEHs, 9. México:
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—— “Plata, importaciones y mercado colonial.
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Poche, Bernard, “Une definition sociologique de région”, en Cahiers Internationaux de Sociologie. París, v. LXXIX, 1985, pp. 225-238.
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Van Young, Eric, La crisis del orden colonial.
Estructura agraria y rebeliones populares
en Nueva España,
1750-1821. Madrid, Alianza Editorial, 1992.
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